«No llores, que te pones fea…»
El otro día oí una conversación entre niños de cuatro años, donde una pequeña intentaba consolar a otra que lloraba diciéndole “no llores, que te pones fea”. Esta frase que habremos oído en boca de algunos mayores no pocas veces, y precisamente con la misma intencionalidad que la que yo le aprecié a aquella niña, me hizo pararme a pensar y analizar tanto la situación como la frase en sí.