Si hay una pregunta que siempre está presente en los padres de ahora es la eterna duda de ¿lo estaré haciendo bien con mi hijo/a? Nos preocupa saber si estaremos haciendo lo correcto o no, si somos o no buenos padres. Y si existe un denominador común para extraer la esencia de lo que significa ser un buen padre, esa fórmula magistral que solo poseen unos cuantos ¿Dónde está? ¿Cómo podemos saber a ciencia cierta si estamos actuando bien o no?
Esta cuestión nos ronda por la cabeza en las reflexiones diarias de final del día, antes de dejarnos atrapar por los brazos de Morfeo, y también ante situaciones concretas que surgen en el día a día. Ante una rabieta inesperada, un comportamiento inapropiado o una pregunta imprevista de nuestro hijo, vuelve a nosotros el fantasma de la inseguridad.
Partiendo de que todos somos distintos y que cada familia tiene sus propias características, también tenemos que tener en cuenta que cada padre o madre tiene una historia detrás. Un modelo educativo heredado que hemos aprendido, queramos o no, a través de la experiencia. Por lo que esa sabiduría que nos da el ser padres, se mezcla a su vez con lo aprendido durante nuestra propia infancia. A veces vemos que el modelo de educación que conocemos no siempre funciona con nuestros propios hijos y eso nos hace titubear.
Cómo sabemos si estamos siendo buenos padres o no
Ante esta desorientación de no saber cómo ser buenos padres, primero me plantearía la siguiente pregunta ¿Cómo se mide la eficacia de los padres? ¿Cuál es el baremo que nos dice si estamos consiguiendo ser unos buenos padres o no?
Obviamente no existe ninguna medida que nos diga si ejercemos correctamente de padres o no. El éxito en esto de ser padres no es algo objetivo ni mesurable. En cambio, sí que podemos ver algunos indicadores en el caso de que algo falle en la familia.
Lo primero que debemos plantearnos es si estamos disfrutando de nuestros hijos. Si la paternidad o la maternidad nos llena de satisfacción o si por el contrario nos supone una pesada carga, incluso difícil de llevar en ocasiones. En el caso de que nuestra respuesta sea la segunda opción, entonces debemos sentarnos a valorar qué es lo que tanto nos incomoda. Ver qué es lo que no nos permite disfrutar de nuestros niños y buscar la forma de cambiarlo.
Tan importante o más que lo anterior es fijarnos en la felicidad de los propios niños. Ellos son nuestro reflejo y los que nos hacen ver dónde erramos. Si notas que tu hijo no es feliz o se pasa el día enfadado, seguro que hay algo que está en tu mano hacer por él. Este es el principal indicador en Psicología Infantil de que algo puede ir mal.
Cuáles son esas cosas que tienen en común los buenos padres
Antes de buscar patologías donde no las hay, pasemos a buscar esos puntos de convergencia de los “buenos padres”. En este sentido, fijémonos en las cosas que nos pueden ayudar a ser mejores padres y, por ende, hacer a nuestros hijos más felices y disfrutar en el camino.
- Predicar con el ejemplo. Es una obviedad, pero no puedo dejar de poner en primer lugar el ejemplo. Porque de nada sirve empeñarnos en que nuestros hijos hagan una cosa si no nos ven a los padres hacerla. Es decir, sí tu no lees, no esperes que tu hijo de 7 años coja un libro de motu propio y se ponga a leer. Si tus hijos te ven comer fruta de manera habitual, entenderán que lo normal y saludable es comer fruta. Pero no tiene sentido hablarles de los beneficios de consumir fruta, cuando nuestra despensa está llena de bollería. O de otros productos poco saludables, por ejemplo.
- Dar autonomía a los hijos. Poco a poco y acorde siempre con su edad, ir permitiéndoles ser autónomos en algunas pequeñas cosas. Por ejemplo, en tareas del hogar. Pero también darles la oportunidad de dejarles decidir cosas que tengan que ver con ellos: Elegir qué ropa se pueden poner o qué actividad extraescolar quieren hacer, por ejemplo.
- Facilitar el juego libre. No todo lo que haga nuestro hijo tiene que ser necesariamente pedagógico. Y no me refiero a las actividades que haga, sino también a los libros que lee, los juegos, etc. Los niños saben sacar partido a cualquier cosa. Son capaces de aprender en situaciones en las que los mayores no lo haríamos. Y también necesitan tiempo en el que sentirse libres, sin actividades programadas. Libres para jugar a lo que quieran y como quieran e incluso aburrirse.
- Ajustar nuestro nivel de exigencia con nuestros pequeños. Ajustar, no rebajar ni aumentar, pues a veces es mayor que la exigencia que tenemos con nosotros mismos. Y otras, les pedimos que se comporten como adultos cuando aún no lo son. Los niños hacen cosas de niños, eso decía mi abuela. Y con eso se refería a que algunas metas que nos proponemos con ellos quizás tengan que esperar unos años. Esto nos suele ocurrir con frecuencia cuando se convierten en adolescentes.
- Hablar de nuestras emociones. Expresar cómo nos sentimos, mostrarles a nuestros hijos nuestro afecto, decirles que los queremos… Seguro que nadie tiene duda a estas alturas de la importancia que tiene para un niño sentirse amado. Es algo esencial para su desarrollo, no solo infantil, sino vital. El hecho de saberse querido le acompañará durante su vida adulta.
Los buenos padres disfrutan de sus hijos
Como hemos mencionado antes, el hecho de seguir estos consejos no nos convierte necesariamente en “buenos padres”. Puesto que sabemos que este concepto es totalmente subjetivo. En cambio, sí nos ayudará a sentirnos más satisfechos como padres. A disfrutar de la paternidad. Esta satisfacción, tal como hemos dicho, es el 50% del trabajo, la otra mitad está en nuestros pequeños. Así que busquemos cada uno la forma de ser felices haciéndole felices a ellos.
Elisa López
10 en Conducta
Psicóloga Infantil Málaga